martes, 22 de abril de 2008

Transplante del Bonsai (I)

El trasplante de un bonsai, o de cualquier planta en general, suele tener dos motivos básicos: por estética o por salud. Por cuestiones estéticas puede resultar conveniente el cambio de la maceta, ya que ésta se ha quedado algo pequeña, se ha reformado el árbol y resulta más atractivo otro estilo de maceta, o simplemente se desea cambiar la posición de la planta. En cualquier caso por buenas que sean las razones estéticas que avalen un trasplante, deben quedar completamente subordinadas a la salud de la planta.

  • Motivos para tansplantar le Bonsai: El trasplante de un bonsai, o de cualquier planta en general, suele tener dos motivos básicos: por estética o por salud. Por cuestiones estéticas puede resultar conveniente el cambio de la maceta, ya que ésta se ha quedado algo pequeña, se ha reformado el árbol y resulta más atractivo otro estilo de maceta, o simplemente se desea cambiar la posición de la planta. En cualquier caso por buenas que sean las razones estéticas que avalen un trasplante, deben quedar completamente subordinadas a la salud de la planta. Uno se puede preguntar por qué resulta necesario el trasplante cuando en la naturaleza éste no se produce. La respuesta se encuentra en la diferencia del medio en que viven unas y otras plantas. Una planta como cualquier ser vivo genera residuos propios de su actividad biológica, una parte de ellos se expulsan en forma gaseosa pero el resto se excreta a través de las raíces hacia el suelo que las rodea. En plena naturaleza cuando con el paso del tiempo estos residuos se van acumulando hasta el punto en que el suelo se vuelve algo tóxico, la planta simplemente extiende sus raíces mas allá a la búsqueda de sustratos limpios. Hay que tener en cuenta que una raíz no deja de ser una simple conducción de agua y sales, una tubería, en su mayor parte: Sólo unos pocos milímetros finales en las raíces más finas son activos y capaces de intercambiar elementos. El resto es una mera conducción con la función secundaria de anclar la planta a la tierra. De esta forma las raíces van creciendo con el paso de los años hasta un punto en que la planta ya no puede extenderlas más sin que dejen de ser capaces de trasladar el agua recogida hacia el cuerpo principal. Usando una analogía sería una situación parecida (aunque en sentido inverso) a una bomba eléctrica de agua que ha de alimentar desde un pozo a una red cada vez mayor de conducciones, al final simplemente no puede mantener al caudal. La gran ventaja de la planta situada en plena naturaleza es que para cuando se llega a este punto de máxima extensión de las raíces, las lluvias de varios años se han encargado de ir limpiando el suelo más cercano al tronco de modo que vuelve a ser utilizable. Así que sencillamente descarta sus raíces más largas y emite otras mucho menores. Se ha completado un ciclo que en maceta, por cuestiones obvias, no es posible. En una maceta las raíces disponen de un espacio limitado para desarrollarse, por lo que los residuos se acumulan siempre en el mismo sitio y allí permanecen hasta que se cambia el sustrato. Además de estos residuos generados por la propia planta, no debemos olvidar que en la maceta también se va acumulando el exceso de sales disueltas en el agua de riego ( si su contenido en sales es demasiado elevado es fácil de detectar pues el manto de musgo que pudiera rodear al bonsai se deteriora rápidamente llegando incluso a quedar cubierto por una fina costra blanquecina; un musgo sano es indicativo de una buena calidad en el agua empleada para regar los bonsais). Incluso el abono resulta a la larga un factor contaminante del suelo; ya sea orgánico o inorgánico, deja residuos no aprovechables que incrementan el contenido salino de la tierra. Si la tierra de una maceta no se renovara periódicamente, la presencia de sales minerales iría aumentando progresivamente hasta hacer imposible el proceso de osmosis por el que la planta toma el agua. Mediante este proceso de osmosis, el agua se filtra a través de las paredes celulares desde un suelo con bajo contenido en sales minerales hasta el interior de las raíces con un contenido mucho mayor, tratando de igualar densidades. Si la cantidad de sales disueltas es similar a ambos lados de la pared celular, el agua no circula. Se llega a una situación en que por mucho que se riegue la planta ésta acabará muriendo de sed. Otro problema importante que nos encontramos en el cultivo en maceta es el desarrollo de las raíces. Dependiendo de la especie de árbol con la que se trabaje sus raíces pueden crecer dentro de la maceta hasta varios metros cada temporada, enrollándose en torno a la pared interior del tiesto. De todos esos metros los únicamente útiles son los escasos milímetros finales, el resto es un tubo que únicamente ocupa espacio vital dentro de las pequeñas macetas de bonsai dificultando el drenaje. En bonsai las raíces ni siquiera deben cumplir una función de anclaje propiamente dicha pues normalmente se ata el árbol al tiesto en cada transplante así que lo que realmente interesa es que nuestro bonsai desarrolle una abundante “cabellera” de raíces cortas y finas para mantener una buena salud: Con cada transplante a parte de cambiar el sustrato, total o parcialmente, se debe recortar el “pan de raíces”. Finalmente, otro motivo que pudiera requerir de un trasplante es la calidad del sustrato. En demasiadas ocasiones tras adquirir un bonsai o pre-bonsai nos damos cuenta que en el comercio se le ha mantenido con una tierra poco apta para el cultivo, apelmazada y con un aspecto arcilloso poco prometedor que incluso puede que ni siquiera drene bien. En este caso es mejor cambiar esa tierra cuanto antes, pues en breve la salud del árbol se verá seriamente afectada.
  • ¿Cuándo trasplantar?
    Como norma general se debe trasplantar cuando aparezcan síntomas de daños en las raíces, brotaciones débiles, mal drenaje, etc. Pero es posible establecer una cierta periodicidad en función de la especie:

    Árbol caducifolio joven Cada 1 ó 2 años
    Árbol caducifolio viejo Cada 2 ó 3 años
    Árbol perenne joven Cada 2 ó 3 años
    Árbol perenne viejo Cada 3 ó 4 años
    Conífera joven Cada 3 años aproximadamente
    Conífera vieja Cada 4 ó 6 años
    En realidad lo que esta tabla nos está indicando es que hay que trasplantar más a menudo cuanto más activo y vigoroso es el árbol: un árbol joven crece mucho más rápidamente que otro que haya alcanzado la madurez al igual que un caducifolio es más activo que por ejemplo una conífera y por tanto requerirán una mayor frecuencia de trasplantado.
    Uno de los primeros síntomas que indican la necesidad de un trasplante es el mal drenaje del sustrato; el agua se encharca en la maceta y tarda demasiado en ser absorbida por el suelo. Esto suele ser una clara señal de que la maceta se encuentra repleta de raíces, o en su defecto de que la calidad de la tierra no es demasiado adecuada para un bonsai. En ambos casos es recomendable trasplantar cuanto antes.
    Si tardamos demasiado en trasplantar un árbol, su pan de raíces se desarrollará en exceso, con lo que la capacidad de retener agua del sustrato disminuye notablemente y deberemos regar con mayor frecuencia. Si lo posponemos lo suficiente en ocasiones podemos ver como el árbol se va “levantando” de la maceta a causa del gran cúmulo de raíces que hay debajo.

    La época ideal para trasplantar es la primavera del árbol, es decir aquel periodo en que las yemas comienzan a hincharse para brotar. Es un periodo que varía de especie en especie, casi de árbol a árbol. En este momento las raíces llevarán unas 2 ó 3 semanas de crecimiento tras la pausa invernal y las cicatrices cerrarán rápido. trasplantar en invierno tiene el inconveniente de que cualquier cicatriz tardará semanas o meses en cerrar con el peligro de infección que ello conlleva.


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