sábado, 2 de marzo de 2013
Las lombrices y el jardín
Para que la tierra sea productiva, ya sea para el cultivo de alimentos o bien para poder sembrar todo tipo de plantas ornamentales, el ser humano siempre, de una forma u otra, la ha tratado y enriquecido con todo tipo de abonos y fertilizantes.
Este enriquecimiento se ha realizado siempre de forma completamente natural por unos pequeños animales de unos 7 centímetros de longitud que durante mucho tiempo han generado repulsión, pero que ya se tuvieron en cuenta por el filósofo griego Aristóteles, que les llamó "intestinos de mundo". Se refería a las lombrices de tierra.
Se trata de unos invertebrados que, actualmente, incluso se crían en espacios especialmente dedicados a ello para poder generar uno de los abonos orgánicos más eficaces que se conocen hoy en día. De hecho esta actividad, que recibe el nombre de lombricultura o vermicultura, está favoreciendo que muchas empresas especializadas en abonos químicos estén diversificando sus productos.
El procedimiento consiste en que las lombrices –especialmente la especie conocida como lombriz roja californiana- se alimenten con todo tipo de desechos de materia orgánica –rastrojos de cultivo, plantas, estiércol, cáscaras de frutas, etc.- teniendo en cuenta que algunos de estos alimentos deben ser compostados previamente.
Lo importante es que, además de que procesan materia de desecho que podría ser altamente contaminante si se procesara de otra forma, las lombrices excretan el 60% de ese alimento en forma de humus, que será empleado directamente como fertilizante orgánico.
De esta forma, se ha determinado que, más o menos, cada lombriz consume el equivalente a su propio peso cada día, por lo que un kilo de lombrices se alimentará diariamente con un kilo de materia orgánica de desecho y que se obtendrán, a cambio, unos 600 gramos de fertilizante.
Un fertilizante que, además de tratarse de un producto no contaminante, aporta una gran cantidad de micro y macronutrientes –más que los abonos químicos e, incluso, que el estiércol común-, mejora la estructura del suelo al favorecer una mejor retención de la humedad y estabilizar el ph; y aumenta la resistencia de los cultivos frente a las enfermedades y las plagas, entre otros beneficios.
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